Nunca uno se cansa de disfrutar y
vivir el monte. A medida que nos adentramos en sus bosques, valles, cauces de
los ríos, collados y cimas, siempre nos maravillamos de sus vistas, sobre todo,
cuando hoyamos la cima y son nuestros ojos quienes ponen color y belleza, a lo
que nuestro esfuerzo ha dado forma.
Y entre esa belleza, se sitúa
especialmente para mi, Los Picos de Europa, marcan la diferencia, sin duda, son
esas montañas que uno, no sabe porque están ahí. Parecen estar pintadas por el
mejor artista. No parecen reales, sino, un antojo a la imaginación, tan brutal,
que la primera vez que lo ves, se graba a fuego en la memoria.
Por todo esto, desde el momento
que surge la loca idea de disputar una carrera cruzando sus 3 macizos,
rápidamente te das cuenta que tienes que estar allí. Es el ideal de cualquier
montañero. Sus 74km y más de 13.000m acumulados hacen de su
perfil, un diente de sierra perfecto, no dejando indiferente a cualquiera.
Desde el momento que realizo la
inscripción parece que ya comienza la Travesera a poseerte y a dominar en tus
pensamientos. El crono comienza a descontar sin piedad.
Mi entrenamiento, dirigido por el
maestro, Jorge, iba genial. Cuatro meses antes, me pruebo en los 10km de la
Virgen, realizando una buena marca personal y sobre todo, terminando con muy
buenas sensaciones, que es lo que buscaba. Comienza el mes de marzo y empiezo a
tirar ‘pa’ arriba, ‘pal’ monte.
Pero al final vino lo peor, la
lesión de tobillo, me quebró más el corazón que el ligamento. Las carreras truncadas,
mis entrenos reducidos a nada y mi RETO esfumado. No podía ser, ahora no, este
año, no. Mi mente, solo me llevaba a la Travesera, no tenía otra cosa en la
cabeza. No había consuelo, mi ilusión rota de cuajo.
Ahora toca empezar de cero y después
de varios días de reposo, tengo que probarme. Andar, correr, fortalecer el
tobillo, era mi objetivo, no La Travesera, quería pensar en el momento y
esfumar cualquier obsesión en el tiempo. Quería escapar de los malos
pensamientos que mi mente egoísta proyectaba y centrarme en la recuperación, no
existe nada más. Nunca antes me había expuesto en una posición tan débil para
un objetivo tan alto. ¿Cuál era ahora el RETO?
Poco tiempo después, vuelvo a
andar, correr y creer que puedo volver a los entrenos, pero no es así, la
verdad, es que estoy solo, no puedo entrenar con el Club y mi tobillo no
progresa. Mi mente se acelera en el tiempo, mientras mi cuerpo va por detrás,
no hago caso y sufro una recaída tras otra. Cada vez menos tiempo y más metido
en el fango. No puedo salir de él y la tensión es cada vez mayor. Pasan las
semanas y las carreras que tenía como objetivo de entreno, se funden y no asisto
a ninguna, es horrible esta desazón.
Realizo alguna salida en picos y
vuelvo con la recaída, ahora sí, decido parar. Prefiero ir desentrenado que
lesionado. Fortalecer el tobillo se convierte en mi obsesión. Aprovecho este tiempo que me queda para
administrar todo el tema logístico y gestión de alimentos, hidratación y
adaptación a la noche. Ésta última ni siquiera la puedo entrenar, es horrible, ¿cómo
me presento a esta carrera?, me pregunto una y otra vez. Varias veces, trato la
posibilidad de ceder el dorsal, pero es mi orgullo quién domina este tren. No
hay quién me pare y solo pienso en estar en el Repelao a las 00:00 horas, para
soltar de una vez, estas riendas que me tienen preso.
No solo la lesión, ayuda a este
desastre, otros motivos varios, son los que se alinean para hacer más pesada
esta carga en la mochila, a si que, sustituyo el entrenamiento deportivo por
otro bien distinto, la motivación.
Si algo tengo claro, es que esta carrera la haré con la cabeza y el corazón.
Quizás, todo haya sido orquestado para darme cuenta que el poder de la mente
suple cualquier dolor, aflicción y mal pensamiento.
Sin saberlo, realmente, ahora, estoy
preparado.
Ya en Poo de Cabrales, cogemos el
dorsal. Nos revisan todo el material obligatorio y nos precintan la mochila
para no meter ni sacar nada hasta la hora de la salida. La tensión y los
nervios se entrecruzan debajo del arco de salida. Los frontales dominan sobre
la luna llena. La noche, húmeda y cálida, nos despoja del peso de los
crampones. No hay tiempo para nada más, solo poner el contador de emociones a
cero y empezar a disfrutar.
Pistoletazo y salimos como si
estuviésemos poseídos por el diablo, auténticos miuras, parecen los San
Fermines. Increíble, ni siquiera he calentado y mi corazón ya le manda a mi
cerebro señales de alarma, me lo habían avisado, pero no te lo crees y sin
querer, ahí estás contagiado de la euforia y la animación, todo te supera.
Decido reducir, no es mi guerra, vengo
a disfrutar. Pasados aproximadamente 3 km, nos embutimos en hilera por un sendero
sinuoso y húmedo. Comienzan las subidas, pero la gente sigue con prisas. Salimos
a los prados y todos continúan con adelantamientos, todo es rápido, como si se
acabara en la siguiente curva. Es contradictorio a lo que nos espera, te das
cuenta que la gente va cogiendo su lugar instintivamente. No hay parones. No
parece un ultra. No logro comprender cuál es el motivo y menos aquí.
Sigo con mi idea inicial, asi que
continúo arropado por mis compañeros, Paco, Alejandro y Fernando – hermano de Raulín - . Los primeros kms
de carrera nos los pasamos así, continuamente buscándonos entre tanta gente,
para continuar en grupo lo más posible, en esta noche rara de jaleo y gente. Ya
los grupos se empiezan a disipar y llegamos estirados al primer
avituallamiento, Los Lagos, no paro, continúo por que el estómago me avisa
sobre una parada técnica. Durante los próximos km sigo delante y les espero en
las rampas que nos llevarán al Jou Santo preludio de la bajada a Caín.
Mi primer temor, la bajada larga
y siempre difícil a Caín y encima de noche. Mesones, es especialmente
peligroso, por todo esto. Y para más desgracia, mi frontal comienza a flaquear,
me pone especialmente en alerta y no he llegado al sedo. No quiero ni parar a
cambiar las pilas, busco una buena referencia y encuentro a dos chicos que
llevan un farol en su cabeza, esta es la rueda buena y no la dejaré escapar,
pienso. Se lo comunico y gentil mente bajamos juntos hasta Caín(km 29).
Llego solo al avituallamiento y
veo caras conocidas pero por el contrario también me fijo casi más en la gente desconocida.
Unos sufriendo por dolores otros por abandonos, etc… Hablo con Moja e Iván,
ambos se retiran. Lo lamento, me veo reflejado en ellos y pienso que puedo ser
yo en la próxima bajada. Decido comer bien y avituallarme, llegan mis
compañeros al mismo tiempo que recibo una chispa de luz en tanta noche. Mi
compañero de club René, ha venido hasta Caín para seguir a unos amigos. Que
ilusión, que chupinazo de gel directo en vena me acaba de dar, es increíble
como las sensaciones y los sentimientos se disparan, nunca te lo agradeceré
tanto, vaya plus que me has dado. No se puede expresar con palabras.
Esta carrera me la he planteado
en tres etapas y la primera ya la he cumplido, hasta Caín. Ahora comienzo la
segunda, hasta las Vegas de Sotres (km 47), donde hemos quedado con Viti y
Rosana, junto con la familia de Paco. Esto me anima un montón para la segunda y
dura etapa.
Mientras, sentado con mis
compañeros de ruta, decido vendarme nuevamente el tobillo, la nieve, el paso de
las horas y la humedad, me han aflojado la venda. Este tiempo en Caín me
encantaría alargarlo durante toda la noche pero me prometí no descansar
demasiado en los avituallamientos, así que, decido levantarme y comenzar a
rodar. Sale primero Alejandro y decido seguirle, mientras el resto de compañeros
nos siguen poco a poco y esperamos a Paco en la entrada de Dobresengos. Ahora
toca agonía en estado puro, canal de más de 2000m positivos hasta la Horcada de
Caín.
La subida me la tomo en serio,
estoy muy motivado tras la visita de René, no sé, pero siento como si acabara
de salir. Llevamos cerca de 30 km y estoy fresco. Que grande René. Gracias, tus
ánimos me siguieron todo el camino.
No era lo planeado pero en
Dobresengos voy cogiendo ritmo y no paro en ningún momento, me noto muy
concentrado y poco a poco voy haciendo brecha sobre ellos. No me detengo, espero
que lo entiendan, que no es una carrera contra ellos, es contra uno mismo,
estás solo con tu fuerza, tus ganas y tu mente. Son los que te dirigen hacia la
meta. Además, nunca dejo de ser realista en mis posibilidades y en cualquier
momento, el tobillo puede quebrar y no quiero ser un lastre para nadie y menos
en esta carrera, eso sería firmar el abandono para cualquiera, así que, es
ahora cuando tengo claro que hay que empezar a demostrar lo que se ha venido
hacer aquí. Este es el momento y hasta que no llegue a la Horcada de Caín no
levantaré la cabeza.
Pongo un rato la música por
primera vez, pero rápidamente la paro, no me apetece, quiero seguir centrado y
continuar, no pienso en nada más. Así van pasando los metros, las horas y llego
por fin a la Horcada de Caín (km. 38).
Preciosas vistas contemplo y
sirven para rellenar mis fuerzas y mi ilusión. Próxima estación, Refugio Urriello
(km 40.5). Buena bajada con mucha nieve, disfrutando, me planto en el Refugio
rápido. Ovación de los voluntarios, gente que ha venido a ver la carrera. Doy
las gracias a todos, ficho y me pongo a comer otra vez. El tobillo me empieza a
doler, recuerdo que he traído Enantyum para los dolores, pero decido no tomar
nada, con los ánimos que he recibido parece que se me pasa. Justo cuando me
dispongo a salir, me cruzo con el primer corredor de la Traveserina.
Durante la subida a Collada
Bonita (km 42.8) pienso en qué hacer con la suplementación y decido que si
puedo por mis medios más naturales llegaré a la meta. Si, lo tengo decidido,
nada de geles, nada de Enantyums. Solo sales (como es lógico), en los
avituallamientos, lo estudiado, mezclar dulce y salado, Agua e isotónico, nada
más.
Emboco la subida a Collada Bonita
y a lo lejos veo a un trio que parece marcan buen ritmo durante la subida, así
que, corro durante un rato hasta que les doy caza y subo con ellos. Un rápido
vistazo a la belleza del lugar y me descuelgo de la cuerda fija que han
colocado para realizar más cómoda la bajada.
A partir de ahora comienzo una
larga bajada hacia las Vegas de Sotres, me lo tomo con calma. Mi tobillo me
recuerda una y otra vez que aquí debe primar la prudencia ante las ganas de
hacer una bajada de las mías, se puede bajar a fuego pero mi cabeza manda y no
debo. Me resigno ante la posibilidad de una lesión mayor, lo que daría al
traste con la carrera y mi ilusión por acabarla.
Ya tengo ante mí las praderías de
Sotres, cada vez más grande, veo la gente que nos espera y anima. Menudo
subidón, ya veo el avituallamiento entre aplausos, que grande es la gente,
incluso desconocida, te emociona. De repente, Viti se une a mi lado, que
alegría, hablamos mientras llego al fichaje. Me deja tranquilo, dice, sin
agobios. No marches le digo, pero no me oye, quiero hablar con alguien, llevo
mucho tiempo solo y una cara conocida en este desierto de roca y montaña, es el
oasis más preciado. En fin, yo a lo mío, ahora toca comer bien. Mientras saboreo unos frutos secos y algo
dulce, veo a Balbino (un veterano en esta carrera, la ha competido las once
veces que se ha celebrado, retirándose en un par de ellas, que grande), me acerco a él, nos saludamos y
le comento que si tiramos juntos a la última subida fuerte del día, la Canal de
Jidiellu. Ahora comienzo la tercera etapa.
Juntos caminamos mientras comemos
los últimos bocados hacia la entrada de la canal. Charlamos tranquilos como si
se tratase de una jornada de senderismo, nada nos preocupa, que serenidad, da
este hombre. Ya en la boca del lobo, él comienza a tirar, le digo que continúe,
parece que de repente me he quedado sin fuerzas, decido coger mi ritmo pues la
subida es dura, muy dura. Para más incomodidad, me da la tos, tengo que pararme
varias veces. Es la alergia, mucha flor y el sol castigando la canal, no puede
ser, me digo una y otra vez. A lo lejos veo a Balbino que sigue como si nada.
En fin, que no subo, no puedo más y de repente, pienso en el ahora, vuelvo a
concentrarme y mis fuerzas recuperadas. Comienzo a coger el ritmo y junto con
los bastones, recuerdo épocas de senderista en las que me encantaba esta
posición. Ahora sí, me encuentro cómodo y comienzo a estar a gusto, subo y
subo, pensando solo en mí, en mi fuerza y mi trabajo, nada más.
Alcanzo a Balbino, hablo un rato
con él pero decido seguir, fiel a mi ritmo, continuo y a lo lejos veo a un par
de Cabra liegos (de Arenas de Cabrales) y otra vez pienso, estos son la rueda
buena y no la voy abandonar. Y así fue, juntos, paso a paso, giro a giro,
consigo llegar al Collado de Valdominguero (km.
52). Aquí la llegada es apoteósica, la gente que nos espera ánima a
grito pelado. Por primera vez, soy consciente del tiempo y pido la hora. Llevo
más de 14 horas y todavía me quedan 20km. Me indican que lo peor ya está hecho
pero que no me confíe, pues el terreno que queda es muy rompe piernas y que la
cabeza lo es todo en este tramo. Decido centrarme en lo que me han dicho y me
olvido. Para mí, comienza un tramo complicado, es bajada, entre piedras. Me
temo lo peor en cualquier momento, que miedo, pánico diría. Además las fuerzas
van aflojando y es cuando el pie puede recaer como me pasó hace unas semanas
bajando a Bulnes. Trato de olvidarlo y veo a lo lejos como, a pesar de ir
despacio en la bajada, estoy recortando tiempo a otro corredor. Se para, hace
ademán de sentarse. Llego a su altura y le pregunto. Me dice que está cansado,
es hora casi de la siesta y tiene sueño. Por el contrario, le animo, le regaño,
casi, y le propongo que me acompañe, que tiremos unos kilómetros juntos y que
después ya veremos. Le convenzo, seguimos juntos y vuelve a intentar pararse.
Le comunico que vamos a seguir una estrategia: corremos suave en las bajadas y
en el llano y subiendo, andamos. Mientras le explico mi problema con el tobillo
y eso veo que le tranquiliza. Seguimos de charleta y poco a poco tiro de él
hasta el último avituallamiento: Jito de Escarandi (km. 59,5).
En este avituallamiento como muy
poco, porque el pie me molesta, mucho. Me tiro al suelo y vuelvo una vez más
con el ritual del vendaje. Mi compañero no se separa de mí y decide acompañarme
todo el rato (gracias). Me dice que moralmente estoy muy fuerte y no quiere
dejar de lado la posibilidad de bajar de 3 horas su último tiempo conseguido
aquí el año pasado. Le veo muy ilusionado y su semblante ha cambiado, me dice
en confianza: me has sacado de la basura.
Eso me motiva mucho y sigo como si nada, pero internamente, yo también le debo
a él mucho. Le he motivado a él, es cierto, pero a través de hacerlo presente,
indirectamente me ha repercutido en mi muchísimo. Salimos del avituallamiento
en trote cochinero, pero algo me molesta, es el vendaje. Lo he puesto mal. Otra
vez, dichoso ritual.
Ahora sí, consigo hacerlo bien y nos ponemos en marcha otra vez. De
repente, reconozco el coche, es el hermano de Paco, sube a toda pastilla al
avituallamiento. Para. Hablamos, mientras me doy cuenta que, habíamos quedado
en Sotres y no les vi. Que rabia, nos despedimos.
Mi compañero comenta, si vamos bien, en menos de tres horas en Arenas.
Pienso, joder, lo haremos en 18 horas. En fin, tampoco me preocupa, le digo: quiero
llegar.
Continuamos a buen ritmo, buena
bajada y cómoda, pero pronto comienzan los sube y baja, recuerdo lo que me
avisaron en Valdominguero y cierto es, que largo se hace este tramo, no llega
la senda de Caoru. Desmotiva a cualquiera, subes, bajas y vuelves a subir.
Crees que has subido por última vez pero no, vuelves a ver otro repecho y otro.
No quiero pensar en cuantos más habrá, así que, decido olvidarme y me vuelvo a
concentrar. Mientras, animo a mi compañero que ya casi no le hace falta. Ha
recuperado las fuerzas y es él, el que en algunos tramos toma las riendas.
Bien, me alegro, por los dos.
Juntos llegamos a Caoru (km. 70) y
es cuando veo el percal, senda romana de piedra. Sobre todo al principio, la
piedra está muy descompuesta. Así que, decido no arriesgar nada, “estoy oyendo al speaker”, le grito a mi
compañero. Arenas está ahí abajo. Ya lo tengo, solo tengo que ser paciente y
esperar. Le digo que tire, que se olvide de mi y que llegue a la meta solo. No
puedo acompañarle, bajo casi andando. Ahora tengo que extremar la prudencia y
no arriesgarme a tener un esguince aquí.
Se acabó la bajada y llego al
asfalto, últimos kilómetros. La gente se emociona, más que animar. Nos
entienden, nos comprenden y se solidarizan. Ha llegado mi momento y no quiero
esprintar, no se trata de rodar rápido, se trata de disfrutar. Ahí está el arco
de meta, ya veo a mi familia, me esperan mis hijos. Beso a Sara y decido entrar
de una vez, victorioso y saboreando la idea de que NO ME HE RENDIDO. Mi compañero se acerca y me da las gracias otra
vez, diciéndome: Me recogiste de la
basura. Nos abrazamos.