14 de junio de 2014

Travesera 2014

Nunca uno se cansa de disfrutar y vivir el monte. A medida que nos adentramos en sus bosques, valles, cauces de los ríos, collados y cimas, siempre nos maravillamos de sus vistas, sobre todo, cuando hoyamos la cima y son nuestros ojos quienes ponen color y belleza, a lo que nuestro esfuerzo ha dado forma.

Y entre esa belleza, se sitúa especialmente para mi, Los Picos de Europa, marcan la diferencia, sin duda, son esas montañas que uno, no sabe porque están ahí. Parecen estar pintadas por el mejor artista. No parecen reales, sino, un antojo a la imaginación, tan brutal, que la primera vez que lo ves, se graba a fuego en la memoria.

Por todo esto, desde el momento que surge la loca idea de disputar una carrera cruzando sus 3 macizos, rápidamente te das cuenta que tienes que estar allí. Es el ideal de cualquier montañero. Sus 74km y más de 13.000m acumulados hacen de su perfil, un diente de sierra perfecto, no dejando indiferente a cualquiera.

Desde el momento que realizo la inscripción parece que ya comienza la Travesera a poseerte y a dominar en tus pensamientos. El crono comienza a descontar sin piedad.

Mi entrenamiento, dirigido por el maestro, Jorge, iba genial. Cuatro meses antes, me pruebo en los 10km de la Virgen, realizando una buena marca personal y sobre todo, terminando con muy buenas sensaciones, que es lo que buscaba. Comienza el mes de marzo y empiezo a tirar ‘pa’ arriba, ‘pal’ monte.


Pero al final vino lo peor, la lesión de tobillo, me quebró más el corazón que el ligamento. Las carreras truncadas, mis entrenos reducidos a nada y mi RETO esfumado. No podía ser, ahora no, este año, no. Mi mente, solo me llevaba a la Travesera, no tenía otra cosa en la cabeza. No había consuelo, mi ilusión rota de cuajo.
Ahora toca empezar de cero y después de varios días de reposo, tengo que probarme. Andar, correr, fortalecer el tobillo, era mi objetivo, no La Travesera, quería pensar en el momento y esfumar cualquier obsesión en el tiempo. Quería escapar de los malos pensamientos que mi mente egoísta proyectaba y centrarme en la recuperación, no existe nada más. Nunca antes me había expuesto en una posición tan débil para un objetivo tan alto. ¿Cuál era ahora el RETO?

Poco tiempo después, vuelvo a andar, correr y creer que puedo volver a los entrenos, pero no es así, la verdad, es que estoy solo, no puedo entrenar con el Club y mi tobillo no progresa. Mi mente se acelera en el tiempo, mientras mi cuerpo va por detrás, no hago caso y sufro una recaída tras otra. Cada vez menos tiempo y más metido en el fango. No puedo salir de él y la tensión es cada vez mayor. Pasan las semanas y las carreras que tenía como objetivo de entreno, se funden y no asisto a ninguna, es horrible esta desazón.
Realizo alguna salida en picos y vuelvo con la recaída, ahora sí, decido parar. Prefiero ir desentrenado que lesionado. Fortalecer el tobillo se convierte en mi obsesión.  Aprovecho este tiempo que me queda para administrar todo el tema logístico y gestión de alimentos, hidratación y adaptación a la noche. Ésta última ni siquiera la puedo entrenar, es horrible, ¿cómo me presento a esta carrera?, me pregunto una y otra vez. Varias veces, trato la posibilidad de ceder el dorsal, pero es mi orgullo quién domina este tren. No hay quién me pare y solo pienso en estar en el Repelao a las 00:00 horas, para soltar de una vez, estas riendas que me tienen preso.

No solo la lesión, ayuda a este desastre, otros motivos varios, son los que se alinean para hacer más pesada esta carga en la mochila, a si que, sustituyo el entrenamiento deportivo por otro bien distinto, la motivación. Si algo tengo claro, es que esta carrera la haré con la cabeza y el corazón. Quizás, todo haya sido orquestado para darme cuenta que el poder de la mente suple cualquier dolor, aflicción y mal pensamiento.
Sin saberlo, realmente, ahora, estoy preparado.

Ya en Poo de Cabrales, cogemos el dorsal. Nos revisan todo el material obligatorio y nos precintan la mochila para no meter ni sacar nada hasta la hora de la salida. La tensión y los nervios se entrecruzan debajo del arco de salida. Los frontales dominan sobre la luna llena. La noche, húmeda y cálida, nos despoja del peso de los crampones. No hay tiempo para nada más, solo poner el contador de emociones a cero y empezar a disfrutar.
Pistoletazo y salimos como si estuviésemos poseídos por el diablo, auténticos miuras, parecen los San Fermines. Increíble, ni siquiera he calentado y mi corazón ya le manda a mi cerebro señales de alarma, me lo habían avisado, pero no te lo crees y sin querer, ahí estás contagiado de la euforia y la animación, todo te supera.

Decido reducir, no es mi guerra, vengo a disfrutar. Pasados aproximadamente 3 km, nos embutimos en hilera por un sendero sinuoso y húmedo. Comienzan las subidas, pero la gente sigue con prisas. Salimos a los prados y todos continúan con adelantamientos, todo es rápido, como si se acabara en la siguiente curva. Es contradictorio a lo que nos espera, te das cuenta que la gente va cogiendo su lugar instintivamente. No hay parones. No parece un ultra. No logro comprender cuál es el motivo y menos aquí.
Sigo con mi idea inicial, asi que continúo arropado por mis compañeros, Paco, Alejandro y Fernando – hermano de Raulín - . Los primeros kms de carrera nos los pasamos así, continuamente buscándonos entre tanta gente, para continuar en grupo lo más posible, en esta noche rara de jaleo y gente. Ya los grupos se empiezan a disipar y llegamos estirados al primer avituallamiento, Los Lagos, no paro, continúo por que el estómago me avisa sobre una parada técnica. Durante los próximos km sigo delante y les espero en las rampas que nos llevarán al Jou Santo preludio de la bajada a Caín.
Mi primer temor, la bajada larga y siempre difícil a Caín y encima de noche. Mesones, es especialmente peligroso, por todo esto. Y para más desgracia, mi frontal comienza a flaquear, me pone especialmente en alerta y no he llegado al sedo. No quiero ni parar a cambiar las pilas, busco una buena referencia y encuentro a dos chicos que llevan un farol en su cabeza, esta es la rueda buena y no la dejaré escapar, pienso. Se lo comunico y gentil mente bajamos juntos hasta Caín(km 29).
Llego solo al avituallamiento y veo caras conocidas pero por el contrario también me fijo casi más en la gente desconocida. Unos sufriendo por dolores otros por abandonos, etc… Hablo con Moja e Iván, ambos se retiran. Lo lamento, me veo reflejado en ellos y pienso que puedo ser yo en la próxima bajada. Decido comer bien y avituallarme, llegan mis compañeros al mismo tiempo que recibo una chispa de luz en tanta noche. Mi compañero de club René, ha venido hasta Caín para seguir a unos amigos. Que ilusión, que chupinazo de gel directo en vena me acaba de dar, es increíble como las sensaciones y los sentimientos se disparan, nunca te lo agradeceré tanto, vaya plus que me has dado. No se puede expresar con palabras.
Esta carrera me la he planteado en tres etapas y la primera ya la he cumplido, hasta Caín. Ahora comienzo la segunda, hasta las Vegas de Sotres (km 47), donde hemos quedado con Viti y Rosana, junto con la familia de Paco. Esto me anima un montón para la segunda y dura etapa.

Mientras, sentado con mis compañeros de ruta, decido vendarme nuevamente el tobillo, la nieve, el paso de las horas y la humedad, me han aflojado la venda. Este tiempo en Caín me encantaría alargarlo durante toda la noche pero me prometí no descansar demasiado en los avituallamientos, así que, decido levantarme y comenzar a rodar. Sale primero Alejandro y decido seguirle, mientras el resto de compañeros nos siguen poco a poco y esperamos a Paco en la entrada de Dobresengos. Ahora toca agonía en estado puro, canal de más de 2000m positivos hasta la Horcada de Caín.

La subida me la tomo en serio, estoy muy motivado tras la visita de René, no sé, pero siento como si acabara de salir. Llevamos cerca de 30 km y estoy fresco. Que grande René. Gracias, tus ánimos me siguieron todo el camino.

No era lo planeado pero en Dobresengos voy cogiendo ritmo y no paro en ningún momento, me noto muy concentrado y poco a poco voy haciendo brecha sobre ellos. No me detengo, espero que lo entiendan, que no es una carrera contra ellos, es contra uno mismo, estás solo con tu fuerza, tus ganas y tu mente. Son los que te dirigen hacia la meta. Además, nunca dejo de ser realista en mis posibilidades y en cualquier momento, el tobillo puede quebrar y no quiero ser un lastre para nadie y menos en esta carrera, eso sería firmar el abandono para cualquiera, así que, es ahora cuando tengo claro que hay que empezar a demostrar lo que se ha venido hacer aquí. Este es el momento y hasta que no llegue a la Horcada de Caín no levantaré la cabeza.

Pongo un rato la música por primera vez, pero rápidamente la paro, no me apetece, quiero seguir centrado y continuar, no pienso en nada más. Así van pasando los metros, las horas y llego por fin a la Horcada de Caín (km. 38).
Preciosas vistas contemplo y sirven para rellenar mis fuerzas y mi ilusión. Próxima estación, Refugio Urriello (km 40.5). Buena bajada con mucha nieve, disfrutando, me planto en el Refugio rápido. Ovación de los voluntarios, gente que ha venido a ver la carrera. Doy las gracias a todos, ficho y me pongo a comer otra vez. El tobillo me empieza a doler, recuerdo que he traído Enantyum para los dolores, pero decido no tomar nada, con los ánimos que he recibido parece que se me pasa. Justo cuando me dispongo a salir, me cruzo con el primer corredor de la Traveserina.
Durante la subida a Collada Bonita (km 42.8) pienso en qué hacer con la suplementación y decido que si puedo por mis medios más naturales llegaré a la meta. Si, lo tengo decidido, nada de geles, nada de Enantyums. Solo sales (como es lógico), en los avituallamientos, lo estudiado, mezclar dulce y salado, Agua e isotónico, nada más.
Emboco la subida a Collada Bonita y a lo lejos veo a un trio que parece marcan buen ritmo durante la subida, así que, corro durante un rato hasta que les doy caza y subo con ellos. Un rápido vistazo a la belleza del lugar y me descuelgo de la cuerda fija que han colocado para realizar más cómoda la bajada.

A partir de ahora comienzo una larga bajada hacia las Vegas de Sotres, me lo tomo con calma. Mi tobillo me recuerda una y otra vez que aquí debe primar la prudencia ante las ganas de hacer una bajada de las mías, se puede bajar a fuego pero mi cabeza manda y no debo. Me resigno ante la posibilidad de una lesión mayor, lo que daría al traste con la carrera y mi ilusión por acabarla.
Ya tengo ante mí las praderías de Sotres, cada vez más grande, veo la gente que nos espera y anima. Menudo subidón, ya veo el avituallamiento entre aplausos, que grande es la gente, incluso desconocida, te emociona. De repente, Viti se une a mi lado, que alegría, hablamos mientras llego al fichaje. Me deja tranquilo, dice, sin agobios. No marches le digo, pero no me oye, quiero hablar con alguien, llevo mucho tiempo solo y una cara conocida en este desierto de roca y montaña, es el oasis más preciado. En fin, yo a lo mío, ahora toca comer bien.  Mientras saboreo unos frutos secos y algo dulce, veo a Balbino (un veterano en esta carrera, la ha competido las once veces que se ha celebrado, retirándose en un par de ellas,  que grande), me acerco a él, nos saludamos y le comento que si tiramos juntos a la última subida fuerte del día, la Canal de Jidiellu. Ahora comienzo la tercera etapa.


Juntos caminamos mientras comemos los últimos bocados hacia la entrada de la canal. Charlamos tranquilos como si se tratase de una jornada de senderismo, nada nos preocupa, que serenidad, da este hombre. Ya en la boca del lobo, él comienza a tirar, le digo que continúe, parece que de repente me he quedado sin fuerzas, decido coger mi ritmo pues la subida es dura, muy dura. Para más incomodidad, me da la tos, tengo que pararme varias veces. Es la alergia, mucha flor y el sol castigando la canal, no puede ser, me digo una y otra vez. A lo lejos veo a Balbino que sigue como si nada. En fin, que no subo, no puedo más y de repente, pienso en el ahora, vuelvo a concentrarme y mis fuerzas recuperadas. Comienzo a coger el ritmo y junto con los bastones, recuerdo épocas de senderista en las que me encantaba esta posición. Ahora sí, me encuentro cómodo y comienzo a estar a gusto, subo y subo, pensando solo en mí, en mi fuerza y mi trabajo, nada más.
Alcanzo a Balbino, hablo un rato con él pero decido seguir, fiel a mi ritmo, continuo y a lo lejos veo a un par de Cabra liegos (de Arenas de Cabrales) y otra vez pienso, estos son la rueda buena y no la voy abandonar. Y así fue, juntos, paso a paso, giro a giro, consigo llegar al Collado de Valdominguero (km.  52). Aquí la llegada es apoteósica, la gente que nos espera ánima a grito pelado. Por primera vez, soy consciente del tiempo y pido la hora. Llevo más de 14 horas y todavía me quedan 20km. Me indican que lo peor ya está hecho pero que no me confíe, pues el terreno que queda es muy rompe piernas y que la cabeza lo es todo en este tramo. Decido centrarme en lo que me han dicho y me olvido. Para mí, comienza un tramo complicado, es bajada, entre piedras. Me temo lo peor en cualquier momento, que miedo, pánico diría. Además las fuerzas van aflojando y es cuando el pie puede recaer como me pasó hace unas semanas bajando a Bulnes. Trato de olvidarlo y veo a lo lejos como, a pesar de ir despacio en la bajada, estoy recortando tiempo a otro corredor. Se para, hace ademán de sentarse. Llego a su altura y le pregunto. Me dice que está cansado, es hora casi de la siesta y tiene sueño. Por el contrario, le animo, le regaño, casi, y le propongo que me acompañe, que tiremos unos kilómetros juntos y que después ya veremos. Le convenzo, seguimos juntos y vuelve a intentar pararse. Le comunico que vamos a seguir una estrategia: corremos suave en las bajadas y en el llano y subiendo, andamos. Mientras le explico mi problema con el tobillo y eso veo que le tranquiliza. Seguimos de charleta y poco a poco tiro de él hasta el último avituallamiento: Jito de Escarandi (km. 59,5).

En este avituallamiento como muy poco, porque el pie me molesta, mucho. Me tiro al suelo y vuelvo una vez más con el ritual del vendaje. Mi compañero no se separa de mí y decide acompañarme todo el rato (gracias). Me dice que moralmente estoy muy fuerte y no quiere dejar de lado la posibilidad de bajar de 3 horas su último tiempo conseguido aquí el año pasado. Le veo muy ilusionado y su semblante ha cambiado, me dice en confianza: me has sacado de la basura. Eso me motiva mucho y sigo como si nada, pero internamente, yo también le debo a él mucho. Le he motivado a él, es cierto, pero a través de hacerlo presente, indirectamente me ha repercutido en mi muchísimo. Salimos del avituallamiento en trote cochinero, pero algo me molesta, es el vendaje. Lo he puesto mal. Otra vez, dichoso ritual.
Ahora sí, consigo hacerlo bien y nos ponemos en marcha otra vez. De repente, reconozco el coche, es el hermano de Paco, sube a toda pastilla al avituallamiento. Para. Hablamos, mientras me doy cuenta que, habíamos quedado en Sotres y no les vi. Que rabia, nos despedimos.
Mi compañero comenta, si vamos bien, en menos de tres horas en Arenas. Pienso, joder, lo haremos en 18 horas. En fin, tampoco me preocupa, le digo: quiero llegar.

Continuamos a buen ritmo, buena bajada y cómoda, pero pronto comienzan los sube y baja, recuerdo lo que me avisaron en Valdominguero y cierto es, que largo se hace este tramo, no llega la senda de Caoru. Desmotiva a cualquiera, subes, bajas y vuelves a subir. Crees que has subido por última vez pero no, vuelves a ver otro repecho y otro. No quiero pensar en cuantos más habrá, así que, decido olvidarme y me vuelvo a concentrar. Mientras, animo a mi compañero que ya casi no le hace falta. Ha recuperado las fuerzas y es él, el que en algunos tramos toma las riendas. Bien, me alegro, por los dos.

Juntos llegamos a Caoru (km. 70) y es cuando veo el percal, senda romana de piedra. Sobre todo al principio, la piedra está muy descompuesta. Así que, decido no arriesgar nada, “estoy oyendo al speaker”, le grito a mi compañero. Arenas está ahí abajo. Ya lo tengo, solo tengo que ser paciente y esperar. Le digo que tire, que se olvide de mi y que llegue a la meta solo. No puedo acompañarle, bajo casi andando. Ahora tengo que extremar la prudencia y no arriesgarme a tener un esguince aquí.



Se acabó la bajada y llego al asfalto, últimos kilómetros. La gente se emociona, más que animar. Nos entienden, nos comprenden y se solidarizan. Ha llegado mi momento y no quiero esprintar, no se trata de rodar rápido, se trata de disfrutar. Ahí está el arco de meta, ya veo a mi familia, me esperan mis hijos. Beso a Sara y decido entrar de una vez, victorioso y saboreando la idea de que NO ME HE RENDIDO. Mi compañero se acerca y me da las gracias otra vez, diciéndome: Me recogiste de la basura. Nos abrazamos.